martes, 11 de enero de 2011

SOLEDAD DE TI, SOLEDAD DE MI

“COMO TE LA CUENTAS, TE LA CREES”

Estamos tan solos como podemos estarlo…

Estar solo es una realidad desde el momento en que nacemos. Aún cuando nuestra hermosa madre nos amamanta y nos acuna en sus brazos ¿qué sabe ella realmente de nuestras solicitudes verdaderas?

Nuestra incapacidad innata para comunicarnos bien quizá nace allí, en ese momento cuando no podemos expresar a nuestra madre nuestros miedos y desconsuelos. Entonces lloramos vigorosamente para llamar su atención y ella acude presurosa a nuestro encuentro con un biberón, como no es hambre lo que tenemos. Giramos el rostro y lloramos más fuerte hasta el punto de ponernos casi morados del esfuerzo y mamá nos mece de un lado a otro para calmarnos concluyendo que tal vez tenemos sueño.

Nuestro llanto se vuelve desgarrador y afónico, estamos desesperados. Aún con mamá la soledad es inmensa y el desconsuelo también. Finalmente mamá llorosa y desesperada teme lo peor. Se cambia apresurada y termina donde el pediatra para que él le traduzca ese llanto que le rompe el corazón, él revisa al niño y le escribe en una receta la solución al gran problema, la madre lee aliviada; su hijo está bien en general, solo tiene un cólico de gases, unas gotas de la medicina en su leche evitarán que se repita.

Crecemos con historias similares, los adultos no nos comprenden, no responden nuestras preguntas, no disipan nuestras grandes dudas, nos ignoran cariñosamente y nos enseñan a tierna edad el camino de la soledad.

Algunos no nos hacemos paltas, recurrimos al amigo imaginario, a los juegos donde nuestra imaginación nos lleva a viajes fantásticos. Nuestro imaginación recrea públicos aplaudiéndonos, convertimos trozos de madera y otras chucherias en juguetes que nos regocijan el espíritu.

Cuando eres niño la soledad es perfecta porque no la identificas como un problema y es sabiduría absoluta sentirla así, por eso tal vez Jesús decía que teníamos que ser como niños siempre.

En cuanto nos hacemos adultos la soledad parece convertirse en un problema y dejamos de disfrutarla. La empezamos a odiar solo porque “todos” supuestamente tienen más compañía que nosotros…tienen muchos amigos, novios, novias. Sus vidas suelen parecer tan plenas y realizadas y nos comenzamos a morir de ¿envidia? No, nos consumimos en compasión por nosotros mismos. Es curioso que al mismo tiempo que un grupo de humanos no soporte más la soledad, otro grupo busca desesperadamente soledad.

Nos sentimos solos quizá porque muchas veces nos encontramos con cierta dificultad para comunicarnos, con miedo a hacerlo por temor a mostrarnos desnudos ante otros, miedo a sufrir. Sentimos que algo nos aísla cuando en realidad queremos o creemos que queremos compañía, necesitamos desesperadamente un testigo de nuestra vida interior, alguien que le importe todo de nosotros, alguien a quien le importe nuestro llanto interior, alguien que nos dé, alguien a quien dar y todo este anhelo nos frustra muchas veces porque no sabemos cómo conseguirlo.

A veces y es aún más terrible solemos “tener” a alguien a nuestro lado y aún con él camino al altar podemos sentir un hueco en el alma, un vacío de maldita soledad incapaz de llenarse, de saciarse al parecer con nada…tangible al menos.

“Puedo sentirme de pronto sola entre sus brazos/ Puede ser breve nuestro encuentro por la vida.”

La soledad sin embargo puede ser también un oasis temporal donde la contemplación del universo, de nuestras manos, de nuestra alma puede generarnos un delicioso éxtasis…

El fin de cierta soledad se supone que es encontrar una pareja, un novio, una novia que nos guste lo suficiente como para ir a bailar y con quien conocer un poco de mundo o tal vez con quien compartir la vida entera. Sin embargo podría ser más sano asumir que la soledad es innata, inevitable y según el caso necesaria, sería bueno pensar que somos felices por otras razones más profundas, que no es otra persona la que nos va a dar la sensación de realización como ser humano, que somos nosotros mismos, en compañía o soledad capaces de ser felices con las cosas simples que dejamos de mirar por estar a la expectativa del gran encuentro con “alguien”.

Que bella compañía nuestra madre abrazándonos, el beso tierno de un buen amigo, el amor apareciendo medio despintado quizá para quedarse un rato corto o uno muy largo mirándonos dulcemente y escribiendo historias en todas las paredes de esta ciudad, el mar esperándonos para regalarnos su color, su frescura. Que bella compañía la de nuestro Dios siempre oyendo, siempre corriendo a nuestro auxilio.

Vamos, acompañemos a la vida con optimismo mientras pasa maravillosa, tierna, triste, coqueta, alegre, voraz frente a nuestras pupilas…



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